Desconsuelo
Sentado a la vera del arroyo, sobre una piedra chata, Achala, distraídamente, deshoja una por una las transparentes hojitas de un trozo de mica, y mira, como en sus niñeces, el mundo, todo trocado, a través del turbio cristal. El agua, entre las peñas, un blando ruido hace. Las hojas y las ramas, a un sueño apacible y ameno convidan con su manso movimiento. De algún lugar, escondido y sombrío, llega el dulce canto de un chingolillo. ¡Ay! Achala quisiera, como los tabaquillos, hacer del aura una blanda voz de hojas y de ramas, tan dulce de oír, que jamás quisiera dejar de estar triste. Era tan desdichado, que no lo podía ser más.
Las peñas del arroyo, de verlo, se pusieron blandas como el agua, y el agua, para verlo, dura como las piedras.