El Canto del Grillo
Cric... cric... cric... Dentro del rancho, canta, áspero y dulce, un grillo. Achala lo escucha tan claro, tan cercano, que es como si adentro de sí mismo estuviese sonando. Debe de estar, escondido, en algún rincón, o en la paja de la cama, o en algún resquicio entre las piedras. Afuera, la noche estrellada riela, blanca y fría. Tan sólo el agua suena, rumorosa, en el arroyo.
Por la ventana abierta, entra la blanca luz de la luna llena, que en el haz de la peña proyecta un cuadrado –la sombra luminosa de la ventana. De cuando en cuando, vese pasar por el cuadrado, sutil, vaporoso, velado, como un humo apenas visible. ¿La sombra del sonido? No, la de algunas tenues nubes que ofuscan la clara luz de la luna.
Y el grillo, áspero y dulce, sigue cantando... Con las primeras estrellas crepusculares, en un temprano firmamento violeta, había roto a cantar, y ahora, otro grillo, a lo lejos, le responde. Achala escucha atento, y siente que el sonido, tan constante, tan continuo que parece adquirir la solidez de un cuerpo, lo envuelve, lo penetra, lo llena.
Cric... cric... cric... Y el canto del grillo, de tanto sonar, se mezcla con el canto del agua, y se derrama, anegando de una áspera dulzura inefable el rancho.
Cric... cric... cric... Y Achala, a la música que tañían el grillo y el agua, fuese quedando, poco a poco, dulcemente dormido...