El Cóndor Herido
Los teros han empezado a dar gritos a porfía. Achala ha salido del rancho creyendo que debía de ser el puma que, de tarde en tarde, llegaba, acusado como de costumbre, antes que por los rebuznos de Mancilla, por sus gritos. Mas, en lugar del puma, estaba, en lo alto de la peña solitaria, posado, un cóndor inmenso. Achala se sorprendió de verlo, pues no solían bajar y andar en tierra, salvo cuando hallaban carroña, y aun esas pocas veces, eran tan recelosos, que llegaban a volar varios días encima de la carroña hasta que determinaban bajar.
Era un macho viejo que, herido de un ala, no podía volar. Achala, admirado y espantado a la vez, su caída grandeza, derribada en tierra, contemplaba. Y como supiese que, así lastimado, estaba condenado a morir de hambre y frío, para acabar como pasto de otros carroñeros, a lástima movido, lo quiso curar. Mas cada vez que se le acercaba para cogerlo, desplegaba las alas y erizaba las plumas para parecer más grande, y, como una gallina perseguida que huyendo corre, las alas agitando, procuraba en vano alzar el vuelo. Finalmente, de tan agitado, sumiso, se vino a dejar prender y llevar al rancho, donde Achala, para sosegarlo, diole a beber arrope.
Cuando, un poco ebrio acaso, no rechazaba la mano amiga, Achala le pudo lavar la herida.