El Corazón de Piedra
Achala ha hallado, algo hundido en la arena plateada y dorada, un extraño guijarro, que no se parecía en forma, color y tamaño a ninguno de los otros que lo rodeaban. Era un guijarro que tenía la forma de un corazón. Desde el fondo, bruñido perpetuamente por el agua clara y mansa que pasaba, resplandecía encendido de un luciente verde espejado. Aunque estaba en el remanso donde Mancilla solía abrevar todas las tardes, era la primera vez que Achala lo veía. De seguro, la última crecida del arroyo lo debía de haber arrancado y traído, rodando.
Achala se lo ha llevado consigo, envuelto en un blanco paño, para ponerlo junto con otras rarezas que había cogido en sus paseos -puntas de flechas, huesos extraños, plumas de colores, piedras pintadas- y oírlo latir, quedamente, en las noches largas y frías de invierno.