El Hogar Encendido
Achala está frente al hogar encendido, donde arden, olorosas, las ramas de molle. El fuego, un tibio calor y una temblorosa luz envía. Cuando, con una ramilla, Achala lo atiza, las ascuas estallan en breves chispas, que, en un crepitar de ramas secas que se quiebran, aun antes de caer, se apagan, como esas estrellas que, luminosas saetas fugaces, surcan, por un instante, el firmamento. El crepitar de las brazas se ahonda, más allá de sí mismo, en el silencio. Las llamas de la leña brotan. Una alterna, ya gualda, ya jalde, ya amarilla, sus colores. Violetas, azules, rosadas, rojas... parecen un arco iris que, dotado de movimiento, baila una música que no suena. En la pared, la sombra -turbio espejo- se independiza del cuerpo que remeda, y cobra, inquieta y temblorosa, vida propia.
Otra vez, hasta el alba, Achala se quedará, las vivas llamas, hechizado, contemplando.