El Intruso Usurpador
El cielo nublado está. El aire es tan frío, que quema. Llueve un sutil relente que humedece todo de un rocío ya pronto a cuajarse en escarcha. Ateridas, las hojas tiemblan con un áspero ruido seco. De la chimenea del ranchillo, sale un turbio aire caliente, que se parece derretir, agitado con su ondeante movimiento.
Y Mancilla ha desaparecido. Achala, de regreso con la caza de cuises, no lo ha visto -caso extraño- debajo del orco molle solitario. Temeroso de que, en su ausencia, el puma hubiese venido, y Mancilla, espantado, hubiese echado a correr y huído, como ya había sucedido algunas veces, lo ha buscado, dando voces por los pajonales vecinos... (En el anochecer, la voz de Achala, dilatada en ecos cañada abajo, se afinaba tanto en el frío aire yerto, que se volvía de cristal).
Por fin, de buscarlo, en vano, cansado, Achala, desanimado y desconcertado a la vez, ha entrado en el ranchillo, y se ha quedado, de pronto, sorprendido...
Mancilla estaba, los ojos tristes y cansados, cabe el tibio hogar encendido...