El Ranchillo Serrano
...Y un día, el largo peregrinar tuvo fin. Achala veía finalmente lo que parecía ser un lugar abundoso de todo lo necesario a la vida humana. Interrumpía de pronto la pampa una como cañada algo honda. Abajo, metido en un recodo cercado de altos riscos, se agazapaba, abrigado de los vientos, un montecillo de tabaquillos, de donde salía, cribado en un sutil harnero de troncos y raíces, un arroyuelo. En la otra orilla, campeaba una inmensa peña solitaria, frente a la cual se alzaba un hermoso orco molle, que en altura y tamaño aventajaba a todos los demás tabaquillos, y que parecía, en su solitario retiro, un maestro que arengaba con imperio y autoridad a sus alumnos, que atentos lo escuchaban, sin osar alzar los ojos. Atrás, a menos de un día de camino, quedaba un río, y más allá, un montecillo de molles.
Quisiera Achala que su rancho fuese como el nido del hornero: rústico y pobre por fuera, pero lleno por dentro de una tibia y blanda suavidad de pluma leve. De una haz lisa de la gran peña, que miraba hacia el orco molle, y de piedras traídas de muy lejos, unidas con una mezcla de barro y paja, hizo las paredes, y el techo, con ramas de molle sacadas del monte de más allá del río a manera de vigas, y paja brava, prensada en haces, por cobertura. A pocos pasos del ranchillo, hizo para Mancilla una cuadra, donde pudiese el pobrecillo pasar el invierno. Y así, a algún lugar entre la quebrada de los Cóndores y el cerro de Champaquí, a lo más alto y yermo de las Altas Cumbres, que es la Pampa de Achala, donde dio principio a su vida en soledad, fue a parar.