Niebla

Achala camina hacia el rancho, de regreso del venero de la peña tajada, donde ha pasado la noche solo, contemplando, en un silencioso y pensativo recogimiento, el cielo estrellado. La niebla es tan espesa, que el sol oscurece. Es como si Achala estuviese dentro de las nubes, como si el velo rozagante de una veste descomunal y vaporosa estuviese siendo arrastrado, lentamente... Achala camina hacia el rancho, y bajo sus azuladas plantas desnudas, la menuda hierba, escarchada, cruje, como si hollase sobre una loza fría y dura, pedazos de vidrio triturado.

Ha llegado ya... Allá abajo, en el orco molle solitario, Mancilla, de rato en rato, desaparece envuelto de la niebla, y luego reaparece, velado, como un espectro, de brumas sutiles. De pronto, sorprendido por la presencia de Achala, un pajarillo voló de una paja que, vibrando, quedó como diciendo adiós con su tembloroso movimiento. Cuando, desvanecida un poco la niebla, un tenue rayo de frío sol matinal se ha abierto paso por entre la blanca espesura vaporosa, los tabaquillos, cubiertos de escarcha, esplendieron deslumbrantes, y se volvieron, por un instante, de hielo, de luz, de cristal...