Nieve
Ha nevado largamente, toda la noche, en la pampa de Achala. Todas las cosas han amanecido blancas, como si se hubiesen quedado, de pronto, sin colores. Tan sólo los troncos de los tabaquillos se ven oscuros entre tanto albor reluciente. Las puntas de unas pajas que asoman entre la nieve sugieren las largas antenas de algún insecto enorme. Debajo del terso cristal de hielo del arroyuelo, el agua corre, muda. Del hocico de Mancilla sale despedido, como si por dentro ardiese, un blanco vaho.
Ha comenzado a nevar nuevamente en la pampa de Achala. Algunos copos se entran por la ventana del ranchillo, mal cubierta de su cortina de carrizo, y caen, lentos, en la pobre cama de paja, donde Achala yace, dormido aún. Pareciera que, allá afuera, un descomunal almendro florido se estuviese deshojando en una lenta lluvia de florecillas de nieve.
¡Ay! Para cuando Achala despierte, será de noche y seguirá nevando...