No más que Piedra y Cielo

Era una mañana gris. Achala, desde una roqueda, engolfa la vista en la mar ondeante y amarilla de pajonales infinitos, que el viento riza de suaves olas, que se desvanecen, viajando, como los pliegues de una tela vaporosa, lentamente extendida. A su lado, Mancilla deja caer, adormecido, la larga pestaña polvorienta.

No hay más que piedra y cielo. Una loma hirsuta semeja la givosa espalda velluda de un inmenso endriago dormido, a quien una cueva, abierta en un eterno bostezo, presta boca. La crin de Mancilla, áspera y gruesa como una paja brava, el viento desordena, y el cabello de Achala. No hay más que piedra y cielo.

Frío y cortante, silbaba el viento...