Libertad

El cóndor anda por el rancho, por el patio, por la cuadra, caminando torpemente. Todo lo curiosea, todo lo examina, diligente, inquisitivo, atento, como si estuviese a caza de algo perdido o novedoso, y lo esperase hallar en cualquier momento. Hecho a la presencia de Achala, no la rehúye. Domesticada, ya que no domada, su natural esquiveza, se dijera, más que el señor de las alturas, una gallina descomunal, que ambula a sus anchas, despaciosa, por el rancho, por el patio, por la cuadra. Aun, en cayendo la tarde, por sí solo se recogía en el ranchillo, para pasar la fría y larga noche a su abrigo y calor, contemplando, con las cuentas de azabache de sus ojillos negros, el tibio hogar encendido.

De pronto, ha alzado la cabeza hacia el cielo azul con una blanda nostalgia, blanda más que el agua, que el aire: sus compañeros del cielo lo han visto, y lo esperan, allá arriba, volando en torno. Achala ha comprendido, en cuanto los ha visto, que es el momento de soltarlo. Cicatrizada la herida, ya no lo podía retener más.

Aquella misma tarde, de lo más alto de la quebrada más alta, diole libertad, y quedóse mirando cómo se alejaba, hasta perderlo de vista, hasta que no fue más que un punto negro en el cielo azul.