Los Horneros y Achala
Con las lluvias de primavera, la cuadra de Mancilla se ha venido a menos. El agua ha lavado, hasta gastarlo casi, el adobe de las paredes, y ruinado la paja del techo. Y Achala está sacando, de un charco, barro fresco, que luego mezcla con paja. Del mismo charco, el un hornero coge barro para el nido, y el otro, por el pajonal y el montecillo, ramitas secas. ¡Ah! En mirarlos trabajar juntos, afanosos y diligentes, ¡cómo se recreaba Achala! En tanto que mezcla el barro, uno se pasea a sus anchas, muy galán, por el charco, hinchando el pecho, moviendo atrás y adelante la cabeza, sin temerlo. Otro, del techo del ranchito, roba, osado, paja para el nido. De rato en rato, el constante ir y venir suspenden, y ambos a una alegran y consuelan el trabajo común, soltando, a porfía, su canto cortado y áspero.
Toda la tarde aquella, hasta el anochecer violeta, estuvieron los horneros y Achala labrando, a la par, el nido y la cuadra. Cuando, caída la noche, por fin lo acabaron, celebraron a la puerta del nido con la larga risada de su canto alegre, y Mancilla, desde la cuadra, dio un tierno rebuzno desmayado, que vino lleno, entre la risa de los horneros, de una honda melancolía inefable...