Soledad

Hace tiempo que el puma no viene, como solía, por el rancho. Toda la tarde, con impaciencia, Achala, mirando por la ventana, ha esperado oírlo llegar acusado por los gritos de los teros, y verlo aparecer en la alta peña solitaria.

Achala siente flotar, en la penumbra polvorienta, olorosa a humo y ceniza, ese dejo de melancolía que una ausencia reciente impregna en las cosas. Y deja de mirar, desesperanzado, por la ventana, y se deja caer en la pobre cama de paja, bostezando de tedio.

Cansado de esperar, ha salido por agua hacia el venero de la peña tajada. Yendo por el cauce serpeante, arroyo arriba, lo ha visto, por fin, en una alta peña, junto a la que tenía culpa de su larga ausencia.

Con el morir de la tarde, Achala ha regresado, cabizbajo y pensativo, remedado, burlonamente, por su larga sombra escueta.